Nicolás Lizama
Sorpresas que da la vida
En Calderitas hay personajes extraordinarios. Solo es cuestión de ir un sábado o un domingo y te llegarán a caudales.
En la zona de restaurantes van y vienen.
Puede ser un músico o un grupo de ellos quienes lleguen y te convenzan para que escuches y pagues al menos una o dos de sus interpretaciones. Como es común en esta vida que nos ha tocado sobrellevar, hay de todo y para todos. Así como hay grupos con los que te “picas” y luego es un problema para que la cartera te “libere” el efectivo que les debes, también hay unos que, de plano, con darles las gracias es más que suficiente.
La mayoría de esta gente, me consta, se gana a sudor limpio lo que se les paga. Son gente que ama lo que hace y sobrepone su querencia a todo lo que redunde en ganancias. Eso provoca que merezcan todos mis respetos.
Dentro de todos ellos hay verdaderos juglares que en cualquier otro lado verían otro panorama. Ellos, sin embargo, por una u otra razón, escogieron este cacho de patria para sacar a flote el talento con el que la madre natura los trajo a este mundo.
Uno se encariña con todos ellos. Hay una poderosa razón: las ganas que le meten.
Se afanan, se entregan por completo. Y uno, como espectador no tiene más que apreciar tanto esfuerzo que le imprimen a la actividad con la que se ganan el sustento.
También están esas chicas a las que llaman chiapanecas. Ellas son unos personajes un tanto surrealistas. Se plantan ante ti con cara de no querer venderte. Me explico. No sonríen, no conquistan al cliente. Eso, mal pensado que soy, me indica que no están allí por gusto. Eso me hace ver que están allí por los hue… de otros, por explotadores que no tienen empacho en traerlas tan de lejos para pagarles una miseria que apenas les permite ir sobrellevando la existencia.
Con su cara desprovista de impresiones, de gestos, de actitudes que al menos dejen ver a los ojos de los demás que no están sufriendo, que no están deseando regresar ipso facto al sitio desde donde las trajeron, van de mesa en mesa ofreciendo sus productos.
Hay gente que les compra por pura gentileza, con intención de hacer su buena obra del día. Finalmente lo que venden no es la gran cosa que digamos. No es algo de lo que puedas andar presumiendo por todos lados.
Hay también los que venden discos pirata, esos chicos que desafían a las leyes y a quienes la necesidad de alimentar a la familia los hace arriesgar la libertad, lo más valioso que tenemos.
Están también los dulceros y los que venden colgadijos con tu nombre o con el de la mujer amada. Los personajes que se “rayan” cuando te encuentran a medios chiles y de pronto, ¡click!, se abre el arcón de los recuerdos y piensas que con llevarle un presente a la mujer amada todo se convertirá en un paraíso en donde fluirá leche y miel sin limitación alguna.
Hete aquí sin embargo un detalle extraordinario. Nunca me había topado con Amalia, una damita que sobrevive vendiendo flores. No es una jovencita que se diga. Tiene 62 añotes y durante su época productiva tuvo doce hijos. Ella es originaria de Valladolid, Yucatán y el mejor homenaje que le pueda hacer a su tierra es no haberse encatrinado nunca. Todavía porta con mucho orgullo el hipil que caracteriza a las yucatecas de buena cepa.
Parla la maya a la perfección. El español no tanto. Lo mastica a como puede y por ratos es chistoso la forma en que se expresa.
Le invité una cerveza y cuando se la terminó, le pregunté: ¡quieres otra?. Ella contestó como no queriendo la cosa: “Já, si hay, si quiero”.
Me cayó bien esa damita que vende a 25 pesos el montón de rosas, sobre todo cuando me dijo que sus actividades de madre aún no terminan. Que tiene un nietecito que estudia el tercer año de primaria, el que un día uno de sus hijos le encomendó y nunca fue a buscarlo. Con gusto le invité otro “refresco” y le externé mis respetos. Embargado por los sentimientos, aproveché y le dije, casi le juré, que nunca terminaré cuidando nietos como ella.
Calderitas, reitero, sobre todo los sábados y los domingos, es un sitio en donde la sorpresa siempre está a la vuelta de la esquina.
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