Todo parecía ir bien dentro de la peculiar ortodoxia política de nuestro país y de nuestro Estado. Las campañas electorales nunca han sido miel sobre hojuelas ni paseos campestres, pero tienen sus reglas no escritas que son el respecto a la vida privada y no lanzar improperios personales. En la política se miente, como es obvio, pero con cierto pudor. Se lanzan acusaciones sin fundamento, pero hasta donde lo permite la racionalidad, por decirle de algún modo.
Pero lo que estamos viendo en los últimos días rebasa los límites de la decencia política, por llamarlo también de algún modo. La cordura se encuentra en un desván; la civilidad está arrinconada; las pasiones están demasiado prendidas, fuera de control. Ya todo es personal. La frase de El Padrino: “No es nada personal, Sonny, son sólo negocios”, ha sido hecha a un lado y eso es peligroso. Porque la política es eso, negocios. Y cuando trasciende, o mejor dicho, desciende a lo personal, se vuelve peligrosa.
Pero esta rijosidad que se ve sobre todo en las redes sociales, tiene que encontrar un cauce sensato porque sino ¿para que sirve la política? La política es para buscar acuerdos sin arriar banderas ni deponer principios. Es para llegar, si fuera posible, a acuerdos o cuando menos a consensos.
Después de las elecciones del domingo cinco de junio no debe quedar una sociedad dividida. Esto seria lo peor que le pudiera pasar a Quintana Roo. Sería un grave retroceso político si así fuera. Los partidos y los candidatos deberían ya estar trabajando desde ahora para el período post electoral. Para que el que gane reciba el reconocimiento de los que no obtuvieron el apoyo del electorado., o sea, de los que perdieron. Ese sería el mejor de los escenarios posibles.
Por eso la victoria debe construirse no sólo con legalidad sino con legitimidad. Se gana hasta con un voto de diferencia. Eso no importa. Lo que si importa es que los votos, con su transparencia, le den legitimidad al triunfador.
Esta campaña comenzó bien, con las propuestas bien diseñadas y planteadas de Mauricio Góngora, de Carlos Joaquín y de José Luis Pech. Pero luego lo que todo parecía ser una contienda civilizada aunque dura, desbarrancó al lodazal de los piquetes de ojos, de los golpes bajos y de las patadas no debajo la mesa sino a la vista de todos.
Nadie es inocente en la política. Ojala la sangre no llegue al río.
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