En los últimos 24 años el PRI no ha podido contar con liderazgos que puedan establecer y aterrizar una planeación por lo menos de mediano plazo.
Ha ido de coyuntura en coyuntura, tratando sin conseguirlo de adaptarse a las circunstancias del momento, a los deseos y escándalos del propio presidente Enrique Pela Nieto. Es un partido que reacciona, que siempre está un paso atrás, que se ha olvidado de las bases.
En casi un cuarto de siglo sólo dos de los 17 dirigentes que tuvo a lo largo de ese tiempo lograron concluir su período de cuatro años: Luis Donaldo Colosio Murrieta de 1988 a 1992 y Beatriz Paredes Rangel, de 2007 a 2011 y el sonorense, asesinado en plena campaña presidencial en Tijuana ha sido el único en todo este tiempo de construir una candidatura a la presidencia de la República desde la dirigencia de ese partido político.
Nadie ha sido capaz. Se especulaba que ocurriera nuevamente ahora con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, pero todo parece indicar que esa plataforma se la quitó de tajo el grupo Atlacomulco del presidente Enrique Peña Nieto y el secretario de Hacienda Luis Videgaray.
Los liderazgos que siguieron a Colosio, salvo Beatriz Paredes, han estado menos de un año, cuando mucho dos o, incluso apenas unos cuantos días como le ocurrió a María Cristina Díaz Salazar, quien en diciembre de 2011 estuvo apenas seis días al frente del partido para preparar la llegada de Pedro Joaquín Coldwell, luego de la salida de Humberto Moreira envuelto en escándalos de corrupción por la forma como se condujo en su gestión como gobernador de Coahuila, un caso que está en el top ten de la impunidad en México.
Este martes, tras la renuncia de Manlio Fabio Beltrones por las derrotas priistas del 5 de junio pasado, será designado el presidente número 20 del PRI a partir de Colosio Murrieta y el 48 desde la fundación de ese organismo en 1929.
Desde el viernes pasado empezaron a correr los trámites con la publicación de la convocatoria, pero desde el jueves se sabe que el nuevo presidente priista será Enrique Ochoa Reza, actual director de la Comisión Federal de Electricidad, un economista cercano al Presidente, pero de la cuadra del secretario de Hacienda.
En términos estrictos no es un político. Se trata de un tecnócrata que fungirá como gerente y ejecutor de las estrategias que se planearán en otro lado.
Será el coronel de un Ejército que a menos de dos años de la elección presidencial no tiene rumbo, está perdido, golpeado por las siete gubernaturas que perdió recientemente, afectado por la mala imagen de su comandante. Y la muestra es la propia designación de Ochoa Reza, quien puede ser militante desde 1992, como pretende demostrarlo con una credencial presuntamente firmada por Colosio, pero nunca ha estado cercado a tareas partidistas.
Desde que se graduó como economista, Ochoa Reza ha trabajado en la Secretaría de Energía. Su militancia priista, si es que es efectiva, sólo ha sido anecdótica. Su llegada al PRI recuerda al nombramiento de Santiago Oñate Laborde, el abogado, diplomático y académico, también sin un historial partidista, que envió Zedillo a la dirigencia nacional de su partido cuando no sabía qué hacer con él.
Carlos Salinas de Gortari tuvo cinco presidentes del PRI, al igual de Zedillo. Desde que asumió la presidencia de la República, considerando los breves interinatos de María Cristina Díaz Salazar y la de su prima Carolina Monroy, que concluye este martes, Peña Nieto contabilizará cuatro una vez que Ochoa Reza rinda protesta… y le quedan dos años.
La llegada de Ochoa Reza a la dirigencia nacional del PRI es la más cuestionada de las últimas décadas. Incluso, hay consejeros políticos, hasta de Quintana Roo, que no acudirán a la obra de teatro que es su unción.
¿Podrá el tecnócrata Ochoa Reza hacer política partidista?
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