Cada año, durante un par de semanas en febrero, el sol poniente ilumina una catarata del Parque Nacional Yosemite, California, en un efímero espectáculo vespertino conocido como “cascada de fuego”.
El efecto es en extremo melindroso, pues requiere de condiciones óptimas: para iluminar la catarata Horsetail, de 305 metros de altura, el ocaso debe incidir de manera muy precisa en el rocío, infundiéndole tonalidades rojas y anaranjadas. Pero además, nada garantiza que haya una catarata, pues esta cae por el lado oriental de El Capitán solo cuando hay suficiente agua.
Si todo está a punto, cuando el sol empieza a ocultarse, las cumbres rocosas del Valle de Yosemite ensombrecen progresivamente El Capitán de occidente a oriente, dejando una angosta franja de luz sobre la cascada justo antes del ocaso. El marcado contraste entre el rocío reluciente y la roca opaca confiere a la catarata un aspecto resplandeciente.
El pasado 15 de febrero, después de esperar todo el día por cielos despejados, Sangeeta Dey, neuropsicóloga pediátrica de San Francisco y miembro de la comunidad Your Shot de National Geographic, captó una fotografía impresionante (y ahora famosa) de la cascada.
“Por fin, los rayos del sol se desplazaron hacia la catarata, y vi cambiar el color del agua –escribió en un correo dirigido a National Geographic-. Mientras [la catarata] resplandecía con colores amarillos, anaranjados y rojos, descubrí lágrimas rodando por mis mejillas. Fue un momento muy emotivo para mí”.
Cuando hizo las fotos, Dey no estaba mirando por el objetivo de la cámara, pues optó por activar remotamente el obturador mientras contemplaba la cascada.
“Es una de las pocas veces en mi vida que he usado mis ojos, deliberadamente, para ver el fenómeno [en vez] de mirar por la lente –escribió-. No quería perderme un segundo de la experiencia”.
Dey se suma a un selecto grupo de fotógrafos que han capturado la belleza de la catarata Horsetail. Aunque el célebre Ansel Adams captó la reluciente caída de agua en 1940, la “cascada de fuego” solo alcanzó notoriedad hasta 1973, cuando fue retratada por Galen Rowell, fotógrafo de National Geographic. Desde entonces, muchos fotógrafos han viajado a Yosemite tratando de vislumbrar el fulgurante rocío.
Hacían su propia “cascada de fuego”
Esta vista espectacular recuerda una “cascada de fuego” completamente artificial que cayó por el acantilado Glacier Point, de 975 metros de altura, hace más de 80 años.
Aquella incandescente tradición fue iniciada por el propietario de un hotel, el irlandés James McCauley, quien arrojó brasas de fogatas por el borde de Glacier Point, en 1872. Según su hijo, McCauley experimentó continuamente con dicho efecto hasta que abandonó Glacier Point, en 1897, a veces encendiendo fuegos artificiales e incluso lanzando bombas de dinamita, para mayor “vitalidad”.
En 1899, David Curry inauguró un campamento en Yosemite donde retomó la pirotecnia de McCauley, convirtiéndola en una atracción tremendamente popular que repetía casi todas las noches. Excepto por un interludio a mediados de la década de 1910 –debido a un conflicto entre Curry y el emergente Servicio de Parques Nacionales-, la incandescente corteza de corteza de abeto siguió cayendo hasta 1968, año en que George B. Hartzog Jr., director del Servicio de Parques Nacionales, puso fin a la atracción creada por el hombre.
Dey ha visto fotos viejas de la cascada de fuego artificial, y las encuentra impresionantes; pero no tanto como la que captó con su cámara.
“Este fenómeno natural es igual de asombroso, si no es que más –escribió-. Y solo necesita una mezcla de un poco de agua y luz solar”.
Agencias