No sabemos qué tan voluntaria o involuntaria fue la mentira, pero de que lo fue lo fue cuando Carlos Joaquín González afirmó que, de ganar la elección de gobernador, ningún burócrata perderá su empleo.
Cumplir esa promesa es imposible. El candidato del PAN y el PRD se rodea precisamente de exempleados de los gobiernos caídos en desgracia, que no encontraron empleo en la actual administración o fueron recortados por la actual administración, y tienen la esperanza de volver al cobijo del presupuesto si el candidato de la coalición opositora llega al poder.
Si una fuerza habrá que reconocerle a Joaquín sin escatimar en absoluta es esa: la del resentimiento –justificado o no– contra el gobierno actual y este es precisamente el odio del hueso, de los privilegios perdidos o no alcanzados. Por supuesto que es válido encauzar esas inconformidades pero no lo es mentir de antemano sobre expectativas laborales inexistentes. La economía no está para engordar gobiernos y hacerlo sería totalmente irresponsable. El candidato que gane deberá elegir entre acomodar a su gente en el gobierno o mantener a los actuales servidores públicos. Ambas cosas no se pueden al mismo tiempo.
Son cerca de 15 mil personas –señaladamente los chetumaleños, que integran la administración pública estatal– las que dependen de la capacidad empleadora del gobierno. Si bien Chetumal ha diversificado un poco su economía en los últimos años –hay supermercados, restaurantes y plazas comerciales de las grandes cadenas nacionales–, su economía depende de una sola industria: la burocracia, por lo que el tema es bastante sensible en la capital.
El gran empleador de Chetumal es sin duda el gobierno, por lo que se entiende que Carlos Joaquín haya caído en la tentación de la demagogia ofreciendo algo que materialmente no va a poder cumplir: o queda mal con quienes lo están apoyando en campaña o con los actuales burócratas, particularmente con los estatales. No se vale crear falsas expectativas.
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