Faltan de hecho diez días para que concluyan las campañas electorales, en las que los quintanarroenses vamos a elegir al nuevo tiitular del Poder Ejecutivo, a los intelgrantes de la nueva legislatura y a los once nuevos Ayuntamientos. Son muchos cargos y muchos los intereses los que están en juego. Quintana Roo es muy importante en el concierto nacional por su rfelevancia turística internacional. Su peso económico es fuerte y, por lo tanto, los intereses en juego son poderosos. No es poca cosa lo que está en juego en las elecciones del domingo cinco de junio.
Las dos coaliciones y Morena tienen su base electoral, tienen a su propia clientela electoral, sin duda. Pero hasta ahora, según lo indican las encuestas, los indecisos son los que podrían darle el triunfo de cualquiera de los candidatos.
Esa gran masa ciudadana que todavía no sabe por quién votar estará siendo bombardeada por slogans, por spots, por frases manidas, por mensajes subliminales y por anuncios políticos de toda índole. Unos anunciarán el advenimiento del paraíso; otros invocarán a antiguos dioses del inframundo prehispánico; algunos tratan de asustar con el petate del muerto. El recurso que esté a la mano es bueno.
El pluralismo, con todas sus imperfecciones, con todos sus vicios, se manifiesta en esta campaña. Lo que hay que tomar en cuenta es que lo que está en juego es mucho para el país y no sólo para Quintana Roo.
Son los ciudadanos los que deben definir el destino de Quintana Roo. Para los partidos políticos, somos electores. Para los negocios de todo tipo, somos clientes, consumidores. Para Hacienda somos causantes. ¿En dónde quedan los ciudadanos? Para las líneas aéreas somos pasajeros. Para el Inegi somos sólo estadística.
¿Cuándo somos ciudadanos? Los ciudadanos debemos hacer sentir nuestra fuerza en la hora de votar.
En los partidos políticos no son los ciudadanos los que eligen a los candidatos, sino los delegados, que no se sabe quien les delega tal responsabilidad.
Los ciudadanos no debemos permanecer al margen, sino analizar antes de acudir a votar. Los consumidores no hacemos valer nuestros derechos. Los pasajeros somos rehenes de las empresas de transporte, desde el microbús hasta las grandes líneas aéreas. Y los electores a veces sólo somos ciudadanos de membrete porque tenemos, en la mayoría de las veces que elegir entre dos sopas. Pero ahora hay tres sopas y no dos.
Votar es un acto supremo de responsabilidad cívica. Que nadie abdique se este derecho.
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